• hace 8 años
El pecado vive a pocos kilómetros del lago Okeechobee, en el corazón de Florida. Allí, entre árboles frutales e inmensos cañaverales, se encuentra una apacible urbanización de 47 casas. Pero esta bucólica estampa de paz no tiene nada que ver con la realidad. Tras los ventanales de las casas, pintadas de un blanco inmaculado, se esconden los rostros de centenar y medio de hombres con un pasado tenebroso: han cumplido largas condenas por abusos sexuales a menores. Ahora viven allí, prácticamente aislados del mundo exterior. Ellos mismos se describen como los leprosos del siglo XXI: apestados por su macabra biografía. Y Miracle Village, que así se llama este lugar, es su particular lazareto escondido entre las cañas de azúcar. Un pueblo donde los condenados por pederastia son mayoría, donde las miradas acusatorias escasean y donde pueden cumplir las estrictas leyes del estado de Florida, que impiden que los abusadores vivan cerca de puntos de reunión de niños como colegios, parques, piscinas infantiles... Como asegura Paul, uno de sus dos centenares de almas: "Aquí no hay juicios, porque todos los que vivimos aquí tenemos el mismo nombre". No hay nada en la carretera Muck City Road, que conduce a este poblado, que indique dónde está Miracle Village (en castellano, la Villa Milagro). El enclave está totalmente aislado del resto de la sociedad y tiene una sola entrada, Pelican Lane. Cuando Crónica lo visita, se topa con un pueblo fantasma, sin habitantes, aunque se intuye que allí vive gente porque hay coches estacionados en los portales, ropa secándose en los jardines... Y también un cartel en la puerta de la Iglesia Nuevo Amanecer que trata de dar un ambiente de pulcritud a la comunidad con un sucio pasado: "En el nombre de Dios, no aparcar sobre la hierba". Es difícil entablar conversación con un par de lugareños que salen de sus casas. Al enterarse de que la prensa ha llegado a su santuario, se apartan furtivamente. "No tengo nada que decir", masculla un hombre de unos 30 años de edad, antes de cerrar la puerta de su casa violentamente. Otro parece dirigirse a la iglesia cuando, súbitamente, cambia de dirección en cuanto el visitante le explica su propósito: conocer a los vecinos de Miracle Village. De repente se avista un hombre solitario sentado en un pequeño parque que no parece tan hostil. "Debe hablar con el administrador. Solo él lo puede ayudar", dice el hombre en inglés con un grueso acento hispano, apuntando hacia una pequeña oficina a pocos metros. "Debe de estar al llegar. Si quiere siéntese y puede esperar", invita el nuevo conocido, apuntando hacia un banco de piedra, protegido por un pequeño techo de zinc y color rojo. El hombre dice llamarse Danilo. Tras varias preguntas, explica cómo acabó en Miracle Village. "Hace 25 años cometí el error de mi vida. Me acosté con un chico de 11 años, todavía no sé qué me pasó por la cabeza", explica Danilo, clavando su mirada en los ojos del periodista. Los padres del chaval le denunciaron y un juez de Tampa, al oeste de la Florida, le encerró en una cárcel estatal durante 15 años. Fue un infierno: los otros presos no suelen tener una buena opinión de los abusadores de menores. "Sólo me sacaban al patio una hora por semana", dice.

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